El Naranjal, comunidad al sur del municipio, alberga en su selva un antiguo centro ceremonial, con vestigios arqueológicos prácticamente desconocidos para los viajeros, debido a la falta de promoción, difusión, apoyos gubernamentales y el desinterés de dependencias, como el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), que tras investigaciones iniciales, abandonó el sitio.
Los habitantes de El Naranjal expresaron su interés en rescatar esta zona arqueológica, pero requieren el apoyo de los tres órdenes de Gobierno y la colaboración del INAH para retomar los trabajos de recuperación y poner en marcha la actividad ecoturística previa a la pandemia de COVID-19. Buscan que los esfuerzos de Pedro y Claudio Cupul Hau, incansables luchadores sociales de la población, no sean en vano.
Las ruinas arqueológicas se distribuyen en una extensión de dos kilómetros cuadrados, sumando un total de 50, de las cuales, ocho presentaban un avanzado proceso de reconstrucción. Un gran atractivo son los senderos ecoturísticos que conducen a cada ruina, ofreciendo una rica variedad de flora y fauna silvestre.
Entre 2010 y 2014, la comunidad tuvo una incipiente actividad turística, que decayó gradualmente y finalmente se abandonó debido a la falta de difusión, convenios con agencias de viajes y la llegada de la pandemia de COVID-19.
Para llegar a El Naranjal, se toma la Carretera Federal Cancún-Mérida y, a la altura de la alcaldía Ignacio Zaragoza, se desvía hacia San Francisco (aproximadamente ocho kilómetros). Desde allí, un nuevo desvío de 3.5 kilómetros conduce al poblado.
Hace una década, el sitio era conocido como una comunidad ecoturística con vestigios arqueológicos en proceso de rescate, cenotes y senderismo, promovidos por los propios habitantes. Desafortunadamente, tras la autorización al INAH para intervenir, el proyecto se detuvo.
Wilberth Cupul Itza relató que su padre y otros ejidatarios, entre ellos Claudio y Pedro Cupul, iniciadores del proyecto ecoturístico, fallecieron sin ver sus sueños concretados debido a la falta de apoyo de las autoridades y del INAH.
Añadió que solicitaron al INAH la reactivación de los trabajos, pero la dependencia, a la que el ejido cedió la autorización para encargarse de los vestigios y restos arqueológicos, no muestra voluntad, menospreciando el esfuerzo de los antiguos ejidatarios.
Los jóvenes tienen la visión de rescatar alrededor de 35 hectáreas con al menos 70 sitios arqueológicos, pero la dependencia se niega, argumentando falta de autorización para impulsar el sitio y alegando problemas con el ejido que impiden los trabajos.
Explicó que antes de la pandemia se intentaba retomar la actividad, pero el COVID-19 frustró esos esfuerzos. El lugar se encuentra cubierto de maleza y no hay recursos para reiniciar el proyecto, y a pesar de las solicitudes de apoyo a los Gobiernos estatal y municipal, no obtienen respuesta. Este proyecto podría mejorar la vida de los habitantes, que dependen principalmente de actividades agrícolas y pecuarias.
Los ejidatarios lamentan que durante las campañas políticas se hagan promesas, pero una vez en el cargo, las autoridades se olvidan de las comunidades más necesitadas, que no piden donaciones, sino recursos para invertir en el rescate y promoción de los vestigios como sitio ecoturístico, buscando posicionarse en el mercado turístico con el esfuerzo comunitario.
Según investigaciones de dependencias y arqueólogos, los primeros registros de El Naranjal datan de mediados de los años 40, cuando personas cercanas a Valladolid, Yucatán, llegaron a la zona para fundar el poblado actual. Alrededor de 60 familias se asentaron en el lugar; sin embargo, tras el Huracán “Janet” (1955), la población se redujo a menos de 30 familias, que son las que habitan la comunidad desde entonces.
El sitio arqueológico fue visitado por primera vez en 1983 por los arqueólogos Karl Taube y Tomas Gallareta Negrón. Sin embargo, los primeros trabajos e informes se realizaron hasta 1993 por Scott Fedick y Karl Taube, de la Universidad de California (Riverside), en el marco del Proyecto Humano Regional Laguna de Yalahau, que se centró en el recorrido y mapeo de sitios como El Naranjal, San Cosme, Box Ni y Tres Lagunas.
Scott Fedick realizó los trabajos de prospección y levantamiento topográfico; Karl Taube describió las estructuras, y Silviane Boucher del Centro INAH Yucatán analizó los materiales cerámicos.
En 1994, Dawn Reid, también de la Universidad de California (Riverside), registró el sacbé que une El Naranjal y San Cosme, y realizó algunos pozos de sondeo en el primer sitio. Entre 1996 y 1999, Dominique A. Rissolo (2001) realizó recorridos por la región de Yalahau, registrando 20 cuevas, 9 de ellas en las inmediaciones de El Naranjal. En 1998, el arqueólogo Luis Leira intervino la Estructura 10, realizando trabajos de restitución de piedras y reponiendo cuñas entre los bloques pétreos en el interior del pasillo abovedado y en la parte sureste.
La temporada de campo de excavación arqueológica en El Naranjal se desarrolló entre noviembre de 2000 y febrero de 2001, enfocándose en las Estructuras 10 y 14 y en la realización de pozos de sondeo.