Tekax, como Pueblo Mágico, empieza a sonar fuerte en el panorama de la industria sin chimeneas, gracias a su arquitectura, su turismo de aventura y las tradiciones de sus comunidades, que atraen tanto a visitantes del Estado como del extranjero. Un ejemplo claro es la comisaría de San Marcelino, de gran interés para quienes gustan del turismo rural al mantener sus costumbres y tradiciones mayas.
En el lugar viven poco más de 20 personas, en su mayoría mayahablante, quienes se han organizado para realizar un novedoso programa de recorridos guiados para los visitantes.
Ubicado a 8.5 kilómetros de la cabecera municipal de Tekax, el poblado emerge de la selva tras cruzar las comunidades de Canek y Kancab, en las que se deja el camino de pavimento para continuar por una vereda de terracería entre sembradíos de maíz y pastizales.
Lo primero que se aprecia al llegar a esta aldea maya es la capilla del Cristo de las Ampollas, construida en la época colonial por un hacendado al que perteneció este predio que comprende más de 90 hectáreas de selva y áreas de cultivo.
Además de ser un lugar que preserva las tradiciones de sus ancestros y en el que el visitante se adentra en la cultura maya, con muy poca influencia de los cambios modernos, sus habitantes aún elaboran sus alimentos con técnicas ancestrales y con productos que ellos mismos cultivan.
Esto ha sido un impulso turístico para esta comunidad, que en la actualidad recibe a cientos de excursionistas que desean conocer y ser parte de esta experiencia única.
Las prácticas autosustentables de la comunidad saltan a la vista en todo momento y son explicadas a detalle por Luis Góngora Pech, iniciador de este proyecto y encargado de realizar las vistas guiadas.
El primer punto del recorrido es la capilla, para posteriormente llevar a los visitantes a un pequeño taller, donde se elaboran bordados de hipiles con técnicas artesanales, como el Xo´ok bi chuy (punto de cruz) y el bordado con máquina de pedal.
Posteriormente, se lleva al visitante a un recorrido entre la vegetación al que denominan el Sendero interpretativo. La primera parada incluye un pequeño museo que exhibe vestigios mayas encontrados en la zona, como figuras en piedra, metates y puntas de lanza.
Más adelante, siguiendo una vereda entre árboles, como el chakaj y el jabín, con propiedades curativas, se llega a los jultunes, una serie de formaciones naturales de piedra caliza utilizadas por sus ancestros para la recolección de agua de lluvia.
Algunos son tan grandes que anteriormente eran utilizados para lavar ropa de uso diario o como bebedero de animales domésticos y salvajes como venados y los tímidos x’ixpachoch o puercoespín, que incluso pueden ser vistos en una cueva de gran tamaño localizada en el mismo predio, que, se dice, era utilizada por un brujo mayor para la realización de rituales.
Cuesta arriba, en la parte más alta de una pequeña pendiente, se encuentra un chuiltún x-balamqué, un antiguo sistema de captación y almacenamiento de agua de lluvia, construido por los mayas desde épocas precolombinas.
Esta construcción subterránea sellada con estuco podía almacenar muchos litros de agua. Es posible entrar en él y apreciar objetos como aros de juegos de pelota, que se cree terminaron ahí como una ofrenda al dios de la lluvia, y obtenidas por los habitantes de la región tras haberlas ganado a adversarios o pueblos vecinos.
Casi al final del recorrido se encuentran los sembradíos de la comunidad, de donde obtienen los principales ingredientes de su cocina tradicional, como maíz, frijol, calabaza y sandía, todos cultivados de forma orgánica y de temporal, es decir, durante los períodos de lluvias.
Un breve ritual en un espacio ceremonial marca el final de recorrido, en el que, según la cosmovisión maya, se dejan las malas vibras en un pequeño árbol de ceiba que las lleva al inframundo o xibalbá, para después florecer de forma positiva entre las hojas verdes.
GC