El 9 de julio de 1965, Mario Renato Menéndez Rodríguez llevó a las páginas de Sucesos una de las más conmovedoras historias de un yucateco, entonces, “no profeta en su tierra”.
El periodista yucateco honró el talento extraordinario de Carlos Torre Repetto, destacado ajedrecista, al tiempo que acusó la falta de apoyo para un personaje de talla mundial, al que se le rendía homenaje -por su talento- en varios países.
Es esta entrega una gran muestra del periodismo identitario que siempre promovió Don Mario; sirva entonces este texto para reconocer -esta vez- a dos grandes yucatecos.
Carlos Torre Repetto fue prodigioso ajedrecista nacido en Mérida, Yucatán, en 1904, se destacó desde temprana edad por su destreza en el tablero. A los 15 años, ya había conquistado el campeonato estatal de Yucatán. Fue un pionero que impulsó el ajedrez en México y América Latina. Aunque su carrera fue truncada prematuramente por problemas de salud mental, su legado perdura hasta la fecha.
Por Mario Renato Menéndez Rodríguez ( )
En el Yucatán de Torres Mesías un genio en desgracia, Carlos Torre Repetto
Hace ocho lustros, en el Torneo Internacional de Ajedrez, celebrado en Moscú, Emanuel Lasker, quien durante veintisiete años fue campeón mundial de ajedrez, inclinó su rey negro ante un genio mexicano que llegaba a la mayoría de edad: Carlos Torre Repetto.
Asombrados estaban José R. Capablanca, Bojoljubow y otros diecisiete maestros…
Pero, víctima de cruel enfermedad —la epilepsia—, el más grande ajedrecista que México ha producido se vio obligado a alejarse de los tableros, en los que dejó el recuerdo de su rey magnetizado, sus formidables combinaciones, análisis y variantes. Y luego dio y sigue dando tumbos por la vida, rodeado por la ingratitud. Y aparte Filiberto Terraza Sánchez, en su libro El Águila Caída, describe en los siguientes párrafos ese triste ocaso del maestro internacional Carlos Torre Repetto:
“La rueda del tiempo sigue su constante girar, nuevas generaciones germinan y se desarrollan en las aulas como en los deportes y en el trabajo. En el mundo del ajedrez otros ídolos surgen a la fama, pero en el firmamento del juego-ciencia ha quedado un astro luminoso, un cometa fugaz que surge el cielo haciendo palidecer a los demás. Las obras de ajedrez en español, inglés, francés o ruso consignarán el nombre de un joven de 21 años que asombró al mundo con su talento y quien un buen día desapareció súbitamente, para siempre”.
“Mientras el mundo le prodigó respeto y admiración, en México se inició una intensa campaña de prensa de desprestigio, llegando a decir alguno de esos periodistas que hablan de todo sin comprender de nada, que la naturaleza se había cobrado con creces la precocidad del joven cuya savia genial habíase secado. En otras ocasiones más comunes, dábase por cierto que se había vuelto loco. Para su patria, el joven fue como una de esas estrellas, tan lejanas, que su luz llega después de haberse extinguido”.
Tras de muchos años, luego de trabajar discretamente como farmacéutico en un pequeño pueblo del estado de Tamaulipas, por su azar del destino, Carlos Torre Repetto regresó en 1960 a Yucatán su patria chica.
¿Cómo ocurrió?
Fue por alguien, alguien que le reconoció y prestó auxilio al sufrir el gran maestro uno de sus ataques de epilepsia, precisamente cuando presenciaba el desarrollo en la Ciudad de México del Campeonato Nacional de Ajedrez, que ya en 1926 había ganado sin haber perdido o empatado una sola partida.
Sí, el genio que venció a Marshall, Friedrich Saemisch, Samuel Reschvsky, Boris Merlinsky, Yates Dupre, Grunfeld, Jennings Banks; el mismo que se enfrentó en una sesión de partidas simultáneas contra cuarenta generales, jefes y oficiales del ejército mexicano, con el brillante resultado de ganar 34 juegos, empatar seis —uno de ellos con el entonces secretarios de Guerra y Marina, general Joaquín Amaro— y no perder uno solo. Carlos Torre Repetto regresó a Yucatán.
Hoy día es frecuente tropezarse por las calles de Mérida con una figura solitaria, descuidadamente vestida, mal afeitada, pero con noble cabeza de filósofo, que porta espejuelos de gruesos cristales. Pocos saben que el personaje que unos pueden tomar por un indigente, otros por un excéntrico, es Carlos Torre Repetto.
El gran maestro nació en la ciudad de Mérida, el 29 de noviembre de 1904, y siendo un niño, escribe Agustín Garza Galindo, de seis a siete años de edad, “aprendió las evoluciones simbólicas piezas del ajedrez, sobre el campo de batalla de la inteligencia”. Ahora, Torre Repetto comparte su soledad con su hermano político, Manuel Agüero Poveda, soldado del ejército libertador de la independencia cubana, amigo y admirador de José Martí. Los dos sueñan en la pequeña casa de la calle 65, vueltos los ojos hacia el pasado: el uno, con gloriosas batallas de Camagüey para sacudirse del yugo ibero; el otro, con los 64 escaques y 32 piezas que pueden originar combinaciones infinitas.
Por elemental justicia, para saldar una gran deuda, hemos acudido a una cita, aunque sea después de 40 años de la notable actuación de Carlos Torre Repetto en Moscú donde también empató con el genial Capablanca, entonces campeón del mundo. Y en esa entrevista con quien parece un profeta de los libros de Chilam Balam, palabras de más, palabras de menos, reprodujo fielmente la imagen que recogimos de labios de un contemporáneo del maestro yucateco:
Nunca variaba esa tesitura de su espíritu. Era igual, siempre el mismo, frente al tablero y en su trato personal. Como ajedrecista, admiraba sin preferencias a Capablanca y Alekhine, a quienes consideró los dos más grandes maestros de su tiempo.
En cuanto sus propios méritos, jamás se le oyó jactancia alguna; Pero había en él cierto inocultable ilegítimo regodeo interior cuando razonaba sus victorias, mediante claros análisis, con las piezas en el tablero.
Curioso era también su pensamiento cuando expresaba personales opiniones sobre temas no relacionados con el ajedrez. Revelaba a un sempiterno estudiante de también inocultable predilección por temas filosóficos. Entonces lo apasionaba —como ahora— quizá la teosofía y acaso por ello su alimentación era tan excesivamente frugal, que no debe desecharse como una de las causas fundamentales de sus futuros desequilibrios tan deficiente nutrición.
“Hombre bueno, inteligente con atisbos geniales en el ajedrez, incapaz de hacer daño a nadie, siempre dispuesto a dispensar ayuda a sus amigos, todos los que conocimos y tratamos a aquellos en esa época inolvidable lamentamos aún que no llegar, en el intelectual pasatiempo, a la legítima ambientación de su espíritu: el campeonato mundial.”
Sí, la enfermedad se abatió como un rayó sobre Carlos Torre Repetto y le dejó, para el resto de sus días, un triste legado de oscuridad, ingratitud, miseria y dolor.
Han pasado cuarenta años desde que el joven yucateco llegó a Moscú, sin contar siquiera con algo para protegerse del crudo invierno. Recuerda que se hospedó en un hotel frente a la Plaza Roja y que una mañana el notable ajedrecista norteamericano Marshall –-quien admiró y alentó a Torre Repetto— le dijo, después de haber visitado la tumba de Lenin:
—Es el hombre muerto más feliz de la Tierra.
Cerca de medio siglo ha transcurrido desde que Nuevo Orleans y Nueva York se convirtieron en el escenario del desarrollo del genio yucateco en el arte de Caisa y de sus primeros triunfos que lo convirtieron, adolescente aún, en el campeón de la costa oriental de los Estados Unidos.
Ningún amante del ajedrez ignora los notables triunfos obtenidos por Carlos Torre en diversos torneos internacionales de Europa, en los que alternó con los grandes del tablero, que hoy son figuras legendarias y cuyos nombres se pronuncian con respeto y admiración.
Tampoco se desconoce “Desarrollo de la habilidad en el ajedrez”, el libro del genio yucateco traducido al inglés, al ruso y al alemán.
Y, sin embargo, 40 años después, Carlos Torre Repetto vive, si es que eso puede llamársele vida, ignorado, enfermo y en la mayor miseria. Conserva todavía sus facultades que admiraron al mundo, Aunque, ciertamente, debido a su salud, no puede participar en ningún torneo. Vive entregado a sus estudios filosóficos y matemáticos, ayudado por un subsidio de apenas diez pesos diarios que le proporciona la Universidad de Yucatán a cuyos alumnos adoctrina en el juego-ciencia.
De una generosidad extraordinaria, cuantas veces recibe una ayuda económica al margen de lo que le otorga la casa de estudios, prefiere que otros, en peores condiciones, disfruten de ella.
Hace algunos meses, los integrantes del Club de Ajedrez Universitario —que lleva el nombre del maestro Torre Repetto— quisieron proponer una candidatura la medalla Eligio Ancona, que se otorga a yucatecos distinguidos. Sin embargo, el secretario particular del gobernador Luis Torres Mesías, Pedro Solís Aznar —que se dice amante del ajedrez—, rechazó la sugerencia y alegó que Torre Repetto estaba enfermo…
¿Qué puede esperarse, entonces, de un gobierno regido por un criterio de la Edad Media que le escatima un honor al único yucateco cuyas hazañas recuerdan los aficionados de todo el planeta?
En cambio, al cumplir Carlos Torre Repetto 60 años, en noviembre de 1964, la revista alemana de ajedrez, la más antigua que se publica en el mundo, conmemoró el suceso en extenso artículo y lo mismo hicieron otras publicaciones —como Jaque Mate—, de diversos países. El gran Euwe, catedrático de matemáticas de la Escuela de Estudios Superiores de Holanda, le escribió a Torre Repetto una bella carta, recordando los pasados tiempos de la juventud y haciendo votos por su felicidad. En la Unión Soviética se recordó la memorable victoria en 43 movimientos sobre el sabio alemán Lasker. En Mérida, ciudad natal del maestro, no hubo más festejo que un modesto almuerzo costeado por sus amigos de la Universidad de Yucatán.
Pero, cuando se trata de ladrones, de sinvergüenzas, de ineptos y criminales, entonces, solo entonces, los lambiscones, ignorantes y demás miembros de la fauna política organizan los banquetes de adhesión, de simpatía.
Y, como siempre ha ocurrido con los genios, no será sino hasta cuando muera el maestro internacional Carlos Torre Repetto que oficialmente se le rindan honores en Yucatán, donde los valores se encuentran invertidos.