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Cultura

De puño y letra Mario Renato Menéndez Rodríguez: Fidel Castro; Lecciones (SEXTA PARTE)

La plática de Fidel Castro continúa, ya que el periodista Mario Renato Menéndez ahora habla sobre las lecciones en las operaciones político-militares
En esta sexta parte, se trata sobre las lecciones impartidas en las operaciones militares
En esta sexta parte, se trata sobre las lecciones impartidas en las operaciones militares / Por Esto!

En esta parte de la entrevista realizada por Mario Renato Menéndez Rodríguez a Fidel Castro, el líder cubano impartió una lección sobre las operaciones político-militares, centrándose en la lucha guerrillera. Al ser cuestionado sobre las críticas a la lucha armada debido a fracasos en otros países, Castro comparó a los críticos con personas sin conocimientos médicos intentando realizar cirugías. Argumentó que muchos líderes revolucionarios no comprenden las tácticas necesarias para dirigir una lucha armada y aplican métodos inapropiados, comparándolos con procedimientos deliberativos más adecuados para comités de barrio.

Castro ilustró los errores comunes en la dirección de guerrillas, mencionando que algunos líderes dan órdenes con meses de anticipación, sin tener en cuenta las circunstancias del terreno y la sorpresa, lo que resulta en operaciones mal planificadas. Criticó la falta de flexibilidad y comprensión de la guerra de guerrillas, resaltando que una dirección ejecutiva y adaptable es crucial. Mencionó un libro sobre la lucha en Filipinas para ejemplificar que estos errores no son exclusivos de un continente.

La charla se vuelve ilustrativa, cuando el estratega del régimen cubano expone su punto de vista sobre otras naciones con lucha armada interna. Y no sólo eso, revela la crítica también.  Señala que aunque los líderes que cometieron errores estaban bien intencionados y dispuestos a sacrificar sus vidas, sus decisiones erróneas resultaron en la muerte de muchos combatientes. Subrayó la importancia de la correcta planificación y ejecución en la guerra de guerrillas para evitar estos trágicos resultados, destacando que la falta de conocimiento y la mala estrategia pueden llevar a resultados desastrosos, independientemente del valor y la intención revolucionaria de los líderes.

…Al fin llevamos a la entrada de Topes de Collantes donde se encuentra el centro de maestros Manuel Ascunce Domenech –en homenaje al jovencito alfabetizador brutalmente asesinado por una banda de forajidos contrarrevolucionarios que operó en la Sierra de Escambray– en el que esa noche se celebraba la clausura del ciclo de actividades dispuestas para desarrollar la asamblea de balance de trabajo y ratificación o renovación de la directiva de la Unión de Jóvenes Comunistas. Era cerca de la medianoche. Fidel sugirió un buen baño para luego cenar, idea que fue acogida con beneplácito general. Y después, antes de retirarse, al escuchar una voz familiar a través de los altoparlantes, el Comandante en Jefe dijo en todo de buen humor:

—Llanusa es el que habla. Tenemos tiempo suficiente hasta para dormir un rato, porque seguramente pronunciará uno de los largos, muy largos discursos, de esos que duran varias horas… Saben, tiene fama de eso… Ya ven que no soy yo el único.

Y rió de buena gana. Porque Llanusa, el dinámico ministro de Educación que se ha distinguido por sus cualidades extraordinarias como organizador, no se ha destacado precisamente como un orador de esa envergadura. Es, por encima de todo, un formidable impulsor de programas, de organismos, un excelente formador de cuadros revolucionarios y, como Fidel, está dotado de un gran poder de comprensión. Ha sido alcalde de La Habana, director del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y recreación —donde dejó una huella perdurable, al grado de que hay hoy seis mil equipos de béisbol, deporte que ha alcanzado un auge espectacular en toda la isla— y del Instituto Nacional de la Industria Turística. Actualmente desempeña con singular eficiencia el cargo de ministro de Educación.

Continúa la historia sobre las guerrillas
Continúa la historia sobre las guerrillas

Por unas botas y un uniforme de maestro voluntario cambié lo que me queda ba de ropa capitalina. Me senté en la sala del edificio para invitados, en espera del Comandante en Jefe de las FAR, y aproveché el tiempo para descansar un rato y para hacer algunos chistes un poco subidos de tono.

Alguien preguntó sobre la situación de las guerrillas de Guatemala en el momento en que Fidel hacía su aparición, y cómo para él este es un tema de mucho interés, un tema apasionante, nos olvidamos de la cena. Durante una hora y media el Primer Ministro impartió una cátedra sobre operaciones de índole político-militar, singularmente aquellas relacionadas con una correcta interpretación de la lucha guerrillera.

—¿Comandante, ¿sabe usted que, como consecuencia de algunos reveses sufridos por las guerrillas en otros países, algunos dirigentes que se consideran revolucionarios opinan que es un fracaso la vía de la lucha armada para obtener el triunfo total?

—Cuando escucho estas afirmaciones me parece estar en presencia de individuos que nunca han visto un enfermo, que no conocen una palabra de cirugía se ponen a operar a un paciente y el paciente se les muere. Y después dicen: “¿No ven? La cirugía no sirve.” Cuadros políticos que no saben una palabra de lo que es la técnica y la táctica de la lucha armada, cuadros políticos que no saben una palabra de cómo se dirige una lucha armada y que, incluso van a dirigir una lucha armada con criterios y métodos de comités de barrios —discutirlo todo— con un métodos deliberativo, cuando en la guerra tiene que haber una dirección ejecutiva. Y esa experiencia de lo que ocurre a veces, cuando aun queriendo hacer la revelación se aplican métodos equivocados, ha tenido lugar no sólo en este continente. Recientemente leí un libro de gran interés que reflejaba el mismo mal en otra parte del mundo. Es parte de la historia del movimiento revolucionario en las Filipinas, escrita por un norteamericano que luchó junto a las filipinas; un libro cuyo título es El Bosque, de William Pomeroy.

Muchos de nosotros, que sabemos bien cómo suceden las cosas en la realidad de la guerra, tenemos que asombrarnos cuando nos encontramos que un secretariado dirigente del movimiento, desde la ciudad, da órdenes desde dos o tres meses antes, a todas las guerrillas, para atacar el día 7 de noviembre. Nos damos cuenta de que eso es una barbaridad. Dirigentes políticos que dan a una guerrilla la orden de atacar desde tres meses antes, no importa cuán bien intencionados y revolucionarios sean, cometen una barbaridad tan grande como absurda. Porque nosotros sabemos cómo hay que atacar en una guerrilla y cómo hay que saber escoger el momento, las circunstancias, las ventajas del terreno, la sorpresa. y si vemos a un individuo que se pone desde una ciudad a dar la orden de atacar tal día, lo sacamos y lo metemos en un manicomio, pues es increíble que en vez de estar en un manicomio haya hombres que manden a la muerte a los militantes de una organización revolucionaria, dándoles desde meses antes la orden de atacar. Hay que decir que la gente que cometía esos errores quería en verdad hacer la revolución, se jugaba la vida heroicamente y muchos de ellos murieron. Pero ¡qué disparates tan grandes cometieron en aquella guerra! Cuando tenían que hacer la guerra, se pasaban meses enteros trasladándose en territorios enormes, para discutir luego durante todo un mes, en escuelas de todo tipo custodiadas por soldados revolucionarios, por unidades destinadas a la seguridad de estas escuelas, de tal manera que el norteamericano William Pomeroy dice: “La situación puso muy difícil porque tenían encima, entre policías y soldados, 50 mil, más los guardias armados de los terratenientes, etcétera; entre todos 100 mil; la proporción era de 10 a uno contra los guerrilleros. La cosa se puso difícil…”

Las lecciones de las guerrillas son parte importante en la historia
Las lecciones de las guerrillas son parte importante en la historia

Nosotros nos acordábamos de nuestra guerra. ¡Diez a uno! ¿Qué importancia puede tener eso de 10 a uno? Cuando nosotros nos volvimos a reorganizar y reunimos siete fusiles, la proporción era de siete mil a uno. Cuando llevábamos un años de guerra y teniamos cien hombres, la proporción era de 500 a uno.

Cuando lanzaron la última ofensiva contra nosotros, en la Sierra Maestra, la proporción era de 200 a uno entre las fuerzas totales del enemigo y nosotros. Cuando invadimos el país, la proporción era de 50 a uno, y cuando ganamos la guerra la proporción era de 20 a uno. Jamás nosotros llegamos a esa situración tan favorable de 10 enemigos por cada uno de nosotros. Y esos son los errores que se cometen cuando se trata de aplicar a la guerra métodos que corresponden a formas de organización de la paz, cuando se trata de aplicar en la guerra métodos deliberativos. William Pomeroy, que sin duda tuvo una conducta heroica y ha sido un gran defensor y divulgador de la justa causa de los Huks, a juzgar por su libro, que es por cierto muy bueno, no se percató de estos errores en la concepción y el método de dirigir y hacer la guerra.

¡Qué difícil es que esas cosas no entiendan, como es igualmente difícil que las tácticas de la lucha guerrillera se aprendan! Infortunadamente, muchos que quieren hacer la lucha armada se han leído tres o cuatro libros de guerra de guerrilla –o diez– y usted oye cosas que son asombrosas: comandantes guerrilleros que se pasan seis meses en la ciudad, siete, ocho meses, diez meses… ¡Insólito! Organizaciones que en medio de la lucha, en vez de enviar a los mejores jóvenes a las guerrillas, sustraen combatientes de las mismas para enviarlos al extranjero dos o tres años y prepararlos como cuadros políticos. Estos jóvenes después no tendrán ninguna autoridad para actuar como tales cuadros políticos.

Estos jóvenesdespués no tendrán ninguna autoridad para actuar como tales cuadros políticos. Muchos les preguntarán qué hacían ellos mientras se luchaba en el país. Nadie comprenderá su ausencia, y sin que ellos tegan ninguna culpa quedarán traumatizados y se sentirán terri blemente mal ante sus compañeros y ante su pueblo, a la hora de hacer revolución desde el poder cuya conquista no han participado en absoluto. ¿Cómo puede haber, además, un buen cuadro político que no haya conocido los azares, los sacrificios, Los riesgos y las vicisitudes de la lucha eso es sencillamente un error criminal. O bien oyee usted hablar de patrullas guerrilleras que se dedican a hacer propaganda armada. ¿Qué es eso de la propaganda armada?  Y seguido se han leído un libro en que Les han hablado de agitación armada. Nosotros tratábamos de recordar nuestras experiencias: ¿qué agitación armada hicimos nosotros? Sí, nosotros hicimos agitación armada cuando pasábamos con nuestras columnas, con nuestras tropas de un lugar a otro, cuando regresábamos de algún combate. Pero no era la agitación armada como objetivo de la guerra, sino como algo secundario, como algo que formaba parte de la guerra misma.

¿Cómo concebir guerrillas que en vez de atacar vehículos enemigos en movimiento y tender emboscadas a las patrullas y tropas enemigas se dediquen a andar de un lugar a otro haciendo discursos? Nosotros, sí tratábamos de recordar cuántos discursos pronunciamos en toda la guerra, es posible que no recordemos uno sola vez que hayamos pronunciado un discurso. En primer lugar, éramos tan pocos que no habría nada más ridículo que ponernos a decirles discursos a 10, a 15 o 20. Y cuando teníamos una columna de 100, incluso hablábamos a los jefes y a los hombres de los distintos pelotones; no había necesidad de pararse en un taburete o en un cajón y ponerse tieso a decir un discurso. Y cuando éramos más de 100, inmediatamente organizábamos otra columna. Y cuando se dijo algún discurso fue por la radio clandestina, cuando ya dominábamos un extenso territorio.

Tan sencilla que parece la adaptación de los métodos a los fines, y a lo difícil que resulta… nosotros podemos decir que nuestra guerra no había un solo hombre, un solo fusil perdiendo el tiempo; nosotros no permitimos un fusil solitario por allá, o un fusil cuidando a nadie. Y recuerdo que durante todas las ofensivas, especialmente en la última, en que nuestros hombres estaban prácticamente rodeados por los batallones de Batista, recuerdo bien que cuando tenía que trasladarme de una posición a otra, a donde fuera, por entre el bosque, llevaba un fusil, mi fusil, porque me habría parecido criminal andar con una escolta de seis hombres y quitar seis fusiles de una trinchera. No se puede hacer una guerra con fusiles cuidando a nadie; no se puede hacer una guerra con un solo fusil subutilizado. Y esos son factores, circunstancias que desgraciadamente resulta difícil que los guerrilleros aprendan. Muchos errores se cometen, además, inicialmente.

Las guerrillas deben estar siempre en continuo movimiento, evitar el error absurdo de los campamentos fijos, cuidarse mucho de la infiltración enemiga y tener muy en cuenta que cualquier mensajero que se traslade a la zona dominada por el enemigo implica siempre el peligro de que caiga en manos de éste y lo obliguen a dar informaciones precisas y exactas que permita ubicar al destacamento del que procede; peligro que es grande cuando la guerrilla es todavía débil en experta, y casi mortal cuando carece del hábito de moverse casi incesantemente. Atender estas normas elementales de seguridad es decisivo, sobre todo al principio, cuando las fuerzas revolucionarias no dominan sólidamente ningún territorio y las columnas enemigas puedan alcanzar con rapidez cualquier punto en la zona guerrillera. Nosotros estuvimos a punto de ser eliminados por algunos descuidos de este tipo, que afortunadamente logramos superar. Al principio éramos extraordinariamente débiles; nuestro primer combate victorioso contra una patrulla mixta de soldados y marinos la libramos con solo 19 hombres, con 16 armas largas, tres pistolas y menos de 50 balas por hombre. Este primer grupo y las armas correspondientes los habíamos logrado reunir en varias serranas, partiendo de siete hombres armados —como le decía antes— los únicos que logramos recuperar con sus respectivos equipos después que nuestro destacamento de 82 hombres sufrió un revés casi irreparable a los tres días de llegar a Cuba. A estos siete se unieron otros hombres desarmados según los campesinos que recogieron por la zona de operaciones unas doce armas abandonadas. En estas condiciones casi increíbles reiniciamos la lucha, en una región donde ninguno de nosotros había estado nunca ni conocía absolutamente a nadie. Fue un aprendizaje duro y difícil.

—Comandante, ¿no es una lástima que toda esa experiencia no haya sido dada a conocer mediante un libro?

—Realmente no he tenido mucho tiempo disponible para ello en estos años. Tal vez lo haga algún día, si de alguna utilidad puede servir nuestra experiencia para otros revolucionarios.

—Comandante, ¿tuvo usted la oportunidad de leer los reportajes que publicamos sobre las guerrillas de Guatemala? Si la tuvo, ¿cuál es su opinión?

—Sí, ciertamente he ledído todos los reportajes que aparecieron en “Sucesos”, y me parecieron muy buenos y muy interesantes. Turcios, En mi opinión, posee magníficas condiciones de dirigente militar y, a juzgar por los pronunciamientos que hace, hay en él Claridad e inteligencia política.  Naturalmente que es muy joven y estas facultades suyas están en pleno desarrollo.

Continuará…

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